Un día entré a la oficina de una compañera de trabajo que me cae muy bien y vi que sobre su mesa tenía un cartelito impreso que se titulaba «Los cuatro acuerdos«. Y me quedé pensando en qué sería eso. Así que lo busqué y acá va lo que encontré, lo que pensé, y algunas frases que tomé del libro de Miguel Ruíz del que salen estos enunciados y que se puede bajar en pdf o, lo que sería más recomendable, comprarlo.
Estos son los famosos cuatro acuerdos
- Sé impecable con tus palabras
- No te tomes nada personalmente
- No hagas suposiciones
- Haz siempre lo máximo que puedas.
Cómo mantener los cuatro acuerdos
Lo primero que hay que decir es que son una guía, un ideal; no creo que sea posible cumplirlos siempre, todo el tiempo. Que sería genial poder hacerlo, eso es seguro, pero que la vida nos pasa por arriba la mayoría de las veces, también lo es.
Como dice Ruíz en el libro: «Son tan sencillos y lógicos que incluso un niño puede entenderlos. Pero para mantenerlos, necesitas una voluntad fuerte, una voluntad muy fuerte. ¿Por qué? Porque vayamos donde vayamos descubrimos que nuestro camino está lleno de obstáculos. Todo el mundo intenta sabotear nuestro compromiso con estos nuevos acuerdos, y todo lo que nos rodea está estructurado para que los rompamos».
Y seamos sinceros: hoy todos nos tomamos las cosas personales y suponemos, y nos enojamos, y nos gana el estrés y por eso también dejamos de dar el máximo, «porque total, para qué», «si nadie valora», «si no sirvo».
¡Cuántas de esas frases nos decimos constantemente!
Y al hacerlo nos estamos pasando por alto el otro acuerdo, el de ser impecable con nuestras palabras, algo que no pasa por ser un gran orador y dar discursos en público, sino por no decir a los demás —ni decirnos— cosas que nos dañan y nos envenenan.
«Las palabras son la herramienta más poderosa que tienes como ser humano, el instrumento de la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear el sueño más bello o destruir todo lo que te rodea», así lo define Ruíz. ¡Y es tan cierto! Aplica a todo: al amor, al trabajo, a la amistad, a uno mismo.

Las trampas al solitario
Por ejemplo, me pasé la vida pensando que no podía adelgazar, que no tengo voluntad, que la comida me gana, me gobierna, que tengo que comer lo que comen los demás para «pertenecer». No solo no estaba cumpliendo con ninguno de los cuatro acuerdos y me estaba haciendo daño, sino que me estaba haciendo trampas al solitario con las palabras, no estaba dando el máximo, me estaba tomando personal lo que otros pudieran pensar y a la vez estaba suponiendo que me iban a juzgar.
Estos cuatro acuerdos me ayudaron a entender varias cosas
Una es que me di cuenta de que nadie me trata a mí peor que yo misma. A nadie le permitiría que me dijera las cosas que yo me digo. ¿No les pasa?
Otra: que si yo no doy el máximo por mí, nadie lo va a hacer. Es fácil la excusa de ser víctima del entorno, pero si yo quiero algo para mí, lo defiendo. Y al que no le guste, le deseamos lo mejor. Sonrisa y media vuelta.
Y también comprendí que hacer suposiciones es tan dañino como cómodo: «mejor no hago nada diferente porque me van a juzgar». Entonces, no salgo de ese lugar que tanto daño me hace, pero que nadie juzga porque no llamo la atención.